miércoles, 22 de abril de 2015

De camino a casa

Son las ocho y media de la mañana y ya ha acabado mi media jornada. Hasta las cinco de la tarde no tengo la siguiente y última clase del día. Puedo esperar en la biblioteca, aprovechar el tiempo para leer, hacer tareas y comer en la universidad hasta que llegue la hora de entrar de nuevo; o puedo volver a casa, trabajar allí tranquilamente y ahorrarme unos cuantos miles de pesos de la comida. Y bueno, ahorrar también esa pérdida de tiempo de la biblioteca. No te engañes. Lo que mejor se te da es perder el tiempo en redes sociales, mirar las musarañas y hacer videollamadas. Creo que prefiero volverme. Eso sí, estaré una hora de ida. Y otra, con suerte, de vuelta. ¿Pero qué es eso comparado con las ocho que pasas en la biblioteca haciendo cosas sin hacerlas?

Salgo a la séptima y veo una buseta verde. KR 15, Unicentro, Calle 100. Esta me sirve. Uf. Demasiado lleno. No me apetece estar apretada entre cuerpos que pasen presionándome la mochila y empujándome hasta casi caerme por el poco espacio que hay en el pasillo. Tampoco me apetece estar con el cuello inclinado para que quepa mi moño. Supongo que soy demasiado alta para este cacharro. Prefiero esperar a la siguiente pero mientras, voy caminando. Odio las esperas parada. No tardará mas de dos minutos, me lo se de memoria y además, vendrá más despejada. En efecto. Subo y me agarro rápidamente a la manilla de la entrada. Cualquier día que me descuide me cae por el camino al primer acelerón. Pago y, si hay espacio, paso a la parte de atrás, justo al lado de la puerta trasera. Esa es mi mejor ventilación; casi siempre va abierta. Si no, escojo ventana. El olor no suele ser muy agradable y, de todas formas, es una costumbre que tengo desde bien pequeña. Ventanas abiertas. Siempre.

Séptima para adelante hasta la 64 donde gira a la derecha; primera a la izquierda y siguiente de nuevo, a la izquierda. Hay que coger la novena. Y después, sobre la ochenta, la carrera quince. Entre tanto, sube y baja gente. Yo observo. A donde irá ese. Qué hace ésta que no trabaja. La de allí debe estar de recadera. Este viene demasiado encorbatado y arreglado, qué hará aquí que no tiene chofer o por qué no irá en taxi si tiene pinta de que el dinero le sobre. Aquella es una turista, tiene su iPhone 6 en las manos: no sabe que es un peligro. Yo tengo mi mochila y mi carpeta sobre mis piernas, con los brazos por encima. Tengo los cascos mientras escucho música que sale de mi MP4. Me saco uno porque tenemos un invitado que quiere amenizarnos el viaje. En verdad no, lo que quiere son unas cuantas monedas. Enciende su casette, suena una base musical rapera y empieza con su canto. -Oye eh, eh, estoy improvisando! Yo miro de reojo pero muevo la rodilla con su ritmo. Hace denuncias sociales y referencia a que ese es su trabajo. No tiene más oportunidades y anoche durmió en la calle. Se aplaude sólo invitando a que los demás también lo hagan. Acaba con un discursito en el que agradece algo de plata para comer y nos da una bendición de Dios a todos. Pasa por mi lado, lo miro y al no darle nada me dice que también se conforma con la sonrisa.

Ya vamos en la 15, y como de costumbre en trancón. Hay veces que me pienso dos veces eso de bajarme y seguir caminando. Creo que adelanto más, pero como tengo buen asiento, espero. Sube otro señor, este es algo mayor de edad y reparte piruletas. El discurso es parecido al anterior. Prefiero no cogerle nada. En realidad me da pesar. Pero no puedo ser la Hermana de las Causas Perdidas. Como le de a todo el que se sube durante el trayecto casi me sale más económico ir en taxi. Empiezo a desesperar, quiero llegar ya a casa. Una vez que veo a lo largo la rotonda enorme de la Calle 100, me pongo en pie. Tras el semáforo que siempre toca esperar, timbro para que pare en la esquina de la 15. Mierda, no funciona. Le silbo y frena. Tras una hora y diez minutos de camino, llego a casa. Hago la comida mientras escucho música. Una vez hecha, adelanto alguna tarea de clase. Ahora me siento mejor. Como, y casi con el último trozo de fruta en la garganta, toca volver a clase. Ahora con algo más de tiempo. Si la 15 es un desastre, la 11 lo es más. Cuando ya llevo 45 minutos de camino y aun sigo por la 72 me inquieto demasiado. Entonces suspiro y me prometo a mí misma: mañana te quedas en la Universidad y por favor, aprende a aprovechar y valorar más lo que se va y no vuelve.
Eso a lo que llaman tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario