jueves, 5 de febrero de 2015

Tan lejos y tan sola

Pocas cosas me han sido tan difícil de explicar pero esta es una de ellas.

Ahora mismo voy en un avión. 
De esos transatlánticos. 
De esos que te ponen mantas
y cojines parecidos al papel. 
De esos en los que la gente se descalza y cierra las ventanillas burlándole al sol que está ahí fuera, porque llevan 5 horas de vuelo, y aún quedan las mismas.
En la pantalla que tengo de frente, justo en el respaldo del asiento delantero, aparece una ilustración en movimiento. Algo así como medio mapa mundi con un pequeño avión que desprende una línea roja, manchando el mapa, dibujando el recorrido y la información (in)necesaria.
A trece mil metros del mar. A menos 60 grados. Debo estar en la troposfera. O en la estratosfera. Cruzando el Océano Atlántico, que por cierto, de charco, no tiene nada.
Con una sensación extraña. 
Sin saber por donde empezar. 
Sin saber por donde acabar, 
más que a diez mil kilómetros de casa. 


El miedo es humano. 
Los adjetivos que siento parecen pisarse los talones, algunos casi, llegan a sobreponerse.
A lo divertido le acompaña la incertidumbre, y a la aventura cierto peligro.
¿Dónde queda la voluntad limpia de aquel día que acepté? Las ganas no faltan.
Las emociones me hablan, en código morse. 

Y yo, sin ser capaz de descifrarlas.

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